domingo, 5 de abril de 2015

El sistema de Panero



"La vida es un cuento
dicho por un idiota 
lleno de ruido y de furia"

SHAKESPEARE CITADO POR PANERO



No creo que alguien haya conocido verdaderamente a Leopoldo María Panero. Quizás muchos años atrás, cuando era joven y se perdía en las marchas, puede ser. Pero al hombre que escribió esos maravillosos y desgarradores poemas no.

   Lo cierto es que Panero, desde hace unos veinte años, era ya la cáscara de un hombre. O era, a claras luces, el personaje del poeta decadente creado por él mismo. Conversar con él (cosa increíblemente difícil) era sólo asistir a las expresiones y celebraciones de su irracionalidad y delirio.

   Murió el año pasado, curiosamente poco tiempo después de que muriera su hermano Juan Luis. Dejando, además de las dos recopilaciones publicadas por Visor (1970 - 2000 / 2000 - 2010), un poemario titulado La Rosa enferma, publicado posteriormente por Huerga & Fierro editores. 

   Dentro de su extenso trabajo lírico prefiero sus primeros libros a los últimos. En esos libros hallo la fuerza, la creatividad, la experimentación, la suelta tuerca de la genialidad y la erudición asomando en cualquier momento. En sus últimos libros, quizás en los que comprenden casi toda esa última década recopilada (2000 - 2010), oigo el latido cansino de un caballo que agoniza aburrido mirando hacia el cielo y opta por repasar sus hazañas antes de que le llegue el disparo final de la niebla. Antes de entrar a la Nada. La Nada que es el poema, según Leopoldo.


   Estuvo en Guayaquil, hace cinco años; y puedo dar por sentado que la mayoría de las personas que aseguran haber compartido con él y haberle hecho una entrevista, lo más seguro es que hayan debido inventar gran parte de dichas entrevistas tomando fragmentos de algunas anteriores, así como de reseñas y conversatorios antiguos, que pululan por todas partes por la red. Lo que implica -de cualquier modo- un juego literario. Lo cierto es que Panero estaba montado sobre la identidad de Panero, lo que quiere decir que repetía y repetía frases cortadas de su autoría, delirios enigmáticos que muchas veces comprendían conspiraciones y envenenamientos que habría estado a punto de padecer perpetrados por la CIA o el gobierno de España, así como citas de otros autores. La atención sobre él lo animaba mucho. La falta de atención sobre su persona lo irritaba hasta el punto de que se levantaba abruptamente a fumar y volvía después de cinco segundos para comprobar si en la mesa ya había girado la conversación sobre él. 

   Era tan grande su desconexión vital, su destierro humano, que no se me ocurría cómo haría Panero para cobrar las regalías sobre las ventas de sus libros. O para leer y escribir. O para sobrevivir (él -o su personaje- ni siquiera podía manejar dinero para las compras más ordinarias). Recuerdo incluso que en algún momento, dentro de la Feria del Libro en la que estábamos, se sorprendió al hallar en una librería un tomo de sus cuentos completos. Lo que lo arrojó a solicitarle al librero que se lo regalara. No quería desprenderse de su propio libro. 

   Particularmente he admirado -y admiro- su obra. Incluso escribí alguna vez una aproximación a su trabajo para un evento en el que proyectamos la película El desencanto, en el 2006.

  Conocerlo me despertó. De hecho, me conmovió. Pues su figura se me hacía como la de un dios arruinado. Un dios arruinado por la poesía. O, para ser un poco más preciso: era un hombre que se dejó consumir por la identidad genial de un poeta desbordado al que no le importó morir doscientas veces con tal de seguir plasmando su arte. Y así -y de a poco ¿a poco?- regresamos a la imagen del artista sufrido y consumido por su maravilloso arte. Un dios arruinado dejando su creación para el mundo. Los mismos lectores y otros poetas (una gran mayoría) cometemos el error de perpetuar y/o perseguir la imagen estridente de un poeta maldito. Porque la vida misma parecería decirnos: ¿Cómo no amar la leyenda de un salvaje despojo en el que habita un genio? ¿Un genio dentro de una botella de Coca-Cola?

   Sí, es cierto: el dolor es una fuente para el poema. No cabe duda. Y, sí, es cierto: hay vidas tan trágicas (y de una irracionalidad inhumana) de algunos autores que no sé en qué punto aquello -en nuestra percepción- se convirtió en una plataforma de valoración artística. La vida también se hizo poema -dijo Hölderlin besado por Scardanelli quien abrazaba a Salvator Rosa mientras tocaba el piano.  

   Pero el asunto real (volteando lo real a lo real para los otros -quienes tampoco existen) es que Panero supo calzarse el cuerpo de su personaje por años. Siendo así, asumo que el hombre que escribía y revisaba sus manuscritos y cotejaba correcciones con sus editores e incluso enviaba sus libros a concursos (estuvo concursando con un libro cuando le llegó la muerte), no fue mayormente visible. Ese hombre vivía a la sombra de su desquiciado personaje. Del increíble poeta que todavía es.

   Ahora: los Bukowskis del mundo deben estar de luto desde que Panero existe. Y los Paneros del mundo seguirán ruleando hasta que arribe otra escultura auténtica a la demencia. Pero esto, percibo, nada tiene que ver con la poesía, nada tiene que ver con la obra, nada tiene ver con el arte. Porque poetas hay desde banqueros hasta boxeadores. Y eso, repito, nada tiene que ver con la obra, con lo que nosotros como lectores queremos apreciar, sudar y aprehender. El gusto por lo biográfico y lo autobiográfico me parece más un síntoma vanidoso de nuestro tiempo (habría que revisar con atención cómo van apareciendo más y más libros de este género en las librerías -desde Baudelaire pasando por Hitler hasta Steve Jobs, por ejemplo). Es verdad entonces que la vida termina siendo un cuento dicho por un idiota.

   Pero prefiero concluir mi comentario sobre Panero citando a Túa Blesa, quien a su vez cita al mismo poeta en el segundo tomo de su Poesía Completa (tanta re-citación paneriana): "Todo lenguaje es un sistema de signos y, como tal, requiere revolución."

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