lunes, 27 de abril de 2015

Este pan masticar, con letras escritas

Libro compartido con los poetas José Carlos Yrigoyen y Maurizio Medo. Traducido al checo por Petr Zavadil, y publicado por la editorial Fra. Tiene 305 páginas, tratándose así de una muestra considerable de cada uno de los autores.
     Aunque no entiendo nada del checo, puedo observar que al final de cada muestra existe una poética del autor. Así como al final de todo el libro aparece un epílogo crítico escrito por el mismo Petr Zavadil.
     Su título, el que nos fue consultado hace algún tiempo, fue tomado de un verso del poeta Paul Celan: Este pan masticar, con letras escritas.

jueves, 23 de abril de 2015

¿Para qué poetas en tiempos de esplendor?

"La poesía viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista."
COHEN



Ha muerto la cabeza: El mundo está de moda. Y siendo esto así: todo, incluso hacer poemas, está de moda.

     Hay una exacerbación mediática que aqueja a toda la sociedad y de la que ni siquiera los poetas pudieron escapar. La poesía tenía antes su cabeza sumergida en la indagación de la verdad. Se hacía contra las máscaras y alumbraba con desgarramiento único aquello que las grandes mayorías no podían observar por el amaestramiento de sus sentidos. Sin embargo el mundo de las redes virtuales es, por simple lógica de acumulación de amistades, falsa. Es, en la promesa de una popularidad, completamente vacía y mentirosa.

     Entonces me pregunto: ¿Cómo pueden sobrevivir los poetas en un mundo de redes sociales (flashes y mascarillas de identidades hermosas o "salvajes"), en el que todo parecería estar regido por la ley de la popularidad y de "los pulgares arriba"? Pero ¿desde cuándo ser poeta se volvió algo tan chic?

     El mundo que está de moda, de una cabeza muerta, es aquel donde los poetas escriben y escriben poemas contra la vida desde la nada. Aunque la realidad es que a veces escriben desde un imaginario de la vida, sin vivir para nadie ni con nadie sino consigo mismos y persiguiendo la lógica de la acumulación de "los pulgares arriba". Lo que termina dejando un rastro de futilidad, tristeza y maquillaje (photoshop) en su apresuramiento artístico.  ¿Poemas con los labios llenos de botox?

     Pero ¿cómo escribir poesía en un mundo carente de silencio? ¿En un mundo de tanta información bombardeando nuestro cerebro ofrecido a su compra y venta, y donde, hasta los poemas, han pasado a ser mensajes reciclados de recetas y frases pegajosas? ¿Cómo escribir poesía en una realidad en la que el poema parecería haberse convertido en otra forma de obtener atención en las plataformas virtuales; y donde su valor se da precisamente por la cantidad de amistades (de popularidad -entonces) que tenga su autor? Me explico aquí: desde que estas plataformas existen, todos son actores y editores de sus propias vidas. Todos son entonces puro espectáculo.

     Los poetas se han visto reducidos además a la necesidad de alimentar sus identidades, sus perfiles -digamos-, bombardeando una severa cantidad de versos reproducidos como brillante esputo mental. Poemas y versos peleándose a codazos, tirándose de los cabellos en todas estas plataformas, pidiendo porque esta vez se llegue a los doscientos "pulgares arriba" ¿O por qué no a los mil? Ya no importa si los poemas son buenos o malos. De hecho: ya nadie lo sabe. Lo que importa es la promesa de esos pulgares arriba, apuntando al Cielo. Pero también están quienes -en un extraño gesto de autocrítica- abandonan las redes sociales, para volver después de un tiempo y explicar (¿a quién o a quiénes?) el por qué de su desconexión virtual. Gesto que recuerda más al de una actriz que ha desaparecido de las tablas por un tiempo y vuelve después de su autoexilio para anunciar en una rueda de prensa su nueva película.

     Si ha muerto la cabeza, estos poemas paridos de la más colorida moda, reproducen un alarido descomunal, un ruido ensordecedor, que no termina siendo otra cosa que eso: ruido. Porque la poesía no puede sino crearse en soledad. Y no puede sino venir de un sentimiento profundo de contemplación interior. Y: hacia afuera. Estos versos o poemas creados por la necesidad de generar un contenido inmediato para abastecer al animal hambriento de la red terminan cayendo en un pobre sinsentido o en pura cursilería. O en el mismo exhibicionismo que aqueja a toda la sociedad.

     Además cierta idea de la actualización y des-actualización de la poesía recorre este drama (y es un drama porque incluso levantan sus puños los poetas cuando X autor o Y autor ha sido incluido en una muestra de poesía en un X o Y blog de importancia -para ellos- mundial) ¿Pero cómo se des-actualiza algo tan vital que se encuentra envuelto en lenguaje vulnerable a cada lectura como un poema? Y esto rodémoslo hacia otras artes. Por ejemplo: ¿cómo se des-actualiza un cuadro de Da Vinci o de Dalí?

     Ahora no hay silencio, ni creativo ni vital. Ese silencio, ese ausentismo del poeta para con el mundo que lo separa del suyo, y para consigo mismo, es quizás la fuente más importante para la creación. Yo aún recuerdo el pasado sin teléfonos móviles inteligentes, sin wi fi en todas los centros comerciales, cafeterías y parques. Recuerdo la calma de la lectura y de ir acumulando un verso por horas hasta llegar a casa.
     El silencio es el cuerpo mismo donde sucede la reflexión de un dolor o de una experiencia que hallará las palabras encueradas y necesarias para unir lo indecible con las formas terrestres, esas sí reconocibles en el mismo duelo que practica una escritura.
     Pero sin ese espacio oculto de indagación, de duelo, de temblor y de arrepentimiento (incluso), ¿cómo puede crear un poeta?

     Hace menos de un año, en un encuentro en Guayaquil con Javier Vásconez, mantuvimos una agradable conversación sobre sus libros y los míos. Se trató de una charla en la que fluyeron con libertad los horizontes creativos, así como las dudas, los orígenes y las indagaciones literarias que coexisten entre un narrador y un poeta.

     Dentro de nuestra charla apareció -no se si fue su culpa o la mía- el tema sobre el estado actual de la poesía. Aquí vale especificar que "el estado actual de la poesía" tiene más que ver con el "estado actual de los poetas", lo que quizás asumo e intuyo, nada tiene que ver con la Poesía. 

     Javier expresó en aquella reunión su extrañeza por verme a mí tan negativo con la poesía, y tener que él, siendo precisamente un narrador, salir a su defensa en reiteradas ocasiones.

     Pues bueno, el asunto va y no va por ahí. El asunto además sería: ¿por qué pierdo mi tiempo escribiendo esto? Y me respondo que no lo pierdo, que acaso estoy ganándolo, porque son muchísimas las páginas copadas por mi silencio, y prefiero ahora empezar a llenar unas cuantas para algunos amigos, y para la recreación de mis propias indagaciones.

domingo, 5 de abril de 2015

El sistema de Panero



"La vida es un cuento
dicho por un idiota 
lleno de ruido y de furia"

SHAKESPEARE CITADO POR PANERO



No creo que alguien haya conocido verdaderamente a Leopoldo María Panero. Quizás muchos años atrás, cuando era joven y se perdía en las marchas, puede ser. Pero al hombre que escribió esos maravillosos y desgarradores poemas no.

   Lo cierto es que Panero, desde hace unos veinte años, era ya la cáscara de un hombre. O era, a claras luces, el personaje del poeta decadente creado por él mismo. Conversar con él (cosa increíblemente difícil) era sólo asistir a las expresiones y celebraciones de su irracionalidad y delirio.

   Murió el año pasado, curiosamente poco tiempo después de que muriera su hermano Juan Luis. Dejando, además de las dos recopilaciones publicadas por Visor (1970 - 2000 / 2000 - 2010), un poemario titulado La Rosa enferma, publicado posteriormente por Huerga & Fierro editores. 

   Dentro de su extenso trabajo lírico prefiero sus primeros libros a los últimos. En esos libros hallo la fuerza, la creatividad, la experimentación, la suelta tuerca de la genialidad y la erudición asomando en cualquier momento. En sus últimos libros, quizás en los que comprenden casi toda esa última década recopilada (2000 - 2010), oigo el latido cansino de un caballo que agoniza aburrido mirando hacia el cielo y opta por repasar sus hazañas antes de que le llegue el disparo final de la niebla. Antes de entrar a la Nada. La Nada que es el poema, según Leopoldo.


   Estuvo en Guayaquil, hace cinco años; y puedo dar por sentado que la mayoría de las personas que aseguran haber compartido con él y haberle hecho una entrevista, lo más seguro es que hayan debido inventar gran parte de dichas entrevistas tomando fragmentos de algunas anteriores, así como de reseñas y conversatorios antiguos, que pululan por todas partes por la red. Lo que implica -de cualquier modo- un juego literario. Lo cierto es que Panero estaba montado sobre la identidad de Panero, lo que quiere decir que repetía y repetía frases cortadas de su autoría, delirios enigmáticos que muchas veces comprendían conspiraciones y envenenamientos que habría estado a punto de padecer perpetrados por la CIA o el gobierno de España, así como citas de otros autores. La atención sobre él lo animaba mucho. La falta de atención sobre su persona lo irritaba hasta el punto de que se levantaba abruptamente a fumar y volvía después de cinco segundos para comprobar si en la mesa ya había girado la conversación sobre él. 

   Era tan grande su desconexión vital, su destierro humano, que no se me ocurría cómo haría Panero para cobrar las regalías sobre las ventas de sus libros. O para leer y escribir. O para sobrevivir (él -o su personaje- ni siquiera podía manejar dinero para las compras más ordinarias). Recuerdo incluso que en algún momento, dentro de la Feria del Libro en la que estábamos, se sorprendió al hallar en una librería un tomo de sus cuentos completos. Lo que lo arrojó a solicitarle al librero que se lo regalara. No quería desprenderse de su propio libro. 

   Particularmente he admirado -y admiro- su obra. Incluso escribí alguna vez una aproximación a su trabajo para un evento en el que proyectamos la película El desencanto, en el 2006.

  Conocerlo me despertó. De hecho, me conmovió. Pues su figura se me hacía como la de un dios arruinado. Un dios arruinado por la poesía. O, para ser un poco más preciso: era un hombre que se dejó consumir por la identidad genial de un poeta desbordado al que no le importó morir doscientas veces con tal de seguir plasmando su arte. Y así -y de a poco ¿a poco?- regresamos a la imagen del artista sufrido y consumido por su maravilloso arte. Un dios arruinado dejando su creación para el mundo. Los mismos lectores y otros poetas (una gran mayoría) cometemos el error de perpetuar y/o perseguir la imagen estridente de un poeta maldito. Porque la vida misma parecería decirnos: ¿Cómo no amar la leyenda de un salvaje despojo en el que habita un genio? ¿Un genio dentro de una botella de Coca-Cola?

   Sí, es cierto: el dolor es una fuente para el poema. No cabe duda. Y, sí, es cierto: hay vidas tan trágicas (y de una irracionalidad inhumana) de algunos autores que no sé en qué punto aquello -en nuestra percepción- se convirtió en una plataforma de valoración artística. La vida también se hizo poema -dijo Hölderlin besado por Scardanelli quien abrazaba a Salvator Rosa mientras tocaba el piano.  

   Pero el asunto real (volteando lo real a lo real para los otros -quienes tampoco existen) es que Panero supo calzarse el cuerpo de su personaje por años. Siendo así, asumo que el hombre que escribía y revisaba sus manuscritos y cotejaba correcciones con sus editores e incluso enviaba sus libros a concursos (estuvo concursando con un libro cuando le llegó la muerte), no fue mayormente visible. Ese hombre vivía a la sombra de su desquiciado personaje. Del increíble poeta que todavía es.

   Ahora: los Bukowskis del mundo deben estar de luto desde que Panero existe. Y los Paneros del mundo seguirán ruleando hasta que arribe otra escultura auténtica a la demencia. Pero esto, percibo, nada tiene que ver con la poesía, nada tiene que ver con la obra, nada tiene ver con el arte. Porque poetas hay desde banqueros hasta boxeadores. Y eso, repito, nada tiene que ver con la obra, con lo que nosotros como lectores queremos apreciar, sudar y aprehender. El gusto por lo biográfico y lo autobiográfico me parece más un síntoma vanidoso de nuestro tiempo (habría que revisar con atención cómo van apareciendo más y más libros de este género en las librerías -desde Baudelaire pasando por Hitler hasta Steve Jobs, por ejemplo). Es verdad entonces que la vida termina siendo un cuento dicho por un idiota.

   Pero prefiero concluir mi comentario sobre Panero citando a Túa Blesa, quien a su vez cita al mismo poeta en el segundo tomo de su Poesía Completa (tanta re-citación paneriana): "Todo lenguaje es un sistema de signos y, como tal, requiere revolución."

sábado, 4 de abril de 2015

El misal y la serpiente

Encontré este libro, hace unos ocho años, en la librería Nuevos Horizontes que queda frente al Mercado Central. Se trata de un libro de la autoría del Dr. Jorge Torres Castillo, publicado por la Editorial del Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana en 1969.

   Su contenido, además de extraño, me llamó la atención por los 17 dibujos del artista Juan Villafuerte que aparecen intercalados dentro del libro.

   Se trata, como se apunta en la portada, de antipoesía, lo que no puedo asegurar o descartar, ya que quizás precisamente allí resida el asunto antipoético. En generarnos la duda sobre si lo que estamos leyendo tiene la calidad poética necesaria para oponerse a sí misma.

   Los textos son fuertes, animados por una especie de "venganza" contra cierto puritanismo de la época. Se revuelcan en el frenesí de sí mismos, organizando líneas sumergidas en sarcasmo y rebeldía.

   Me parece que es un libro de indudable valor poético (o antipoético) que desapareció de los libreros, de las citas de los estudiosos de la poesía, así como de las manos de los poetas que pesquisan los libros recomendados por dichos estudiosos. 

   Con el asunto del sarcasmo, he tenido siempre mis dudas en lo referente a la lírica. Me parece que el sarcasmo y la ironía son más que necesarias herramientas para la narrativa, pero no tanto para la poesía que está siempre desnudando alguna crisis en medio de un torbellino de lenguaje. Sin embargo, entiendo también que esta poesía, por ejemplo, hace uso del sarcasmo (como lo hiciera el mismo Nicanor Parra) para desde ese punto de inflexión dispararse de un modo salvaje e irreverente hacia otras indagaciones éticas.

   No se queda en el desparpajo ni en el chiste.

   Termina siendo una poesía salvaje contra Dios y contra el Hombre.

   Ubico, a continuación, un texto de este libro, así como cuatro dibujos de Juan Villafuerte.


LA CONDENA DE ADÁN

Por vegetar con los testes al aire,
por eyacular mirando a eva
al pie del árbol de manzanas,
por orinarse en el paraíso sin permiso de dios,
por comerse la fruta del deseo sin fornicar,
por ocultar a dios entre las piernas,
lo condenaron a ser hombre.
Y desde entonces
sólo cree en su ombligo,
en su apellido,
en el número que le corresponde.
Desde entonces se corta los callos de los pies,
se hurga las muelas con los escarbadientes,
busca los crucifijos bajo las almohadas,
se vuelve como un perro tras sus pulgas.
Desde entonces
hace su propia misa sobre los retretes,
se embriaga con el vino de los mártires,
hace banderas con las camisas de los muertos.
Se orina para arriba,
eyacula en las bocas,
se crucifica entre piernas y brazos,
se invierte y se revierte como una bolsa.
Y luego, desde el fondo,
desde la profana raíz de su estructura
se yergue victorioso, impoluto, satánico,
y se ríe de los hímenes pontificados de las santas,
escupe en el fondo de un cáliz
y luego, como un burro, se restriega impúdico y eréctil
sobre las hojas del misal.
Y dice amén.
Ora pronobis.
Kirieleison.
Persecula seculorum.
Y para concluir la extraña misa
escala un crucifijo,
baila un twist sobre la corona de espinas,
y luego desnudo, ampuloso, pletórico,
engreído y blasfemo,
pone sus nalgas sobre los hombros de cristo.
Y cree en dios. 













De qué va la poesía ecuatoriana*


La poesía ecuatoriana no ha tenido una tradición y una difusión tan extensas como las que sí pueden ser evidenciadas en otros países (México, Chile y Perú, por ejemplo). Desde los modernistas (Medardo A. Silva, quizás el principal de sus exponentes) hasta nuestros días, siguen siendo pocos los poetas ecuatorianos que han sido abiertamente reconocidos por su trabajo en otros lugares, donde se ha leído nuestra lírica medianamente joven, que quizás deba ser únicamente considerada desde el movimiento modernista en Ecuador (primera década del siglo XX). Un ejemplo de esto es que los escritores ecuatorianos conocemos ampliamente la poesía de César Vallejo, de Vicente Huidobro y de Octavio Paz, pero un escritor mexicano, chileno o peruano seguramente no habrá oído nunca de Hugo Mayo, César Dávila Andrade, Carlos Eduardo Jaramillo y David Ledesma Vásquez. Las razones pueden ser múltiples y no están en discusión, lo cierto es que más allá de los notables trabajos de Alfredo Gangotena, Jorge Carrera Andrade, Gonzalo Escudero (éstos tres, más César Dávila Andrade, quizás forjan la pirámide sobre la que se asienta gran parte de nuestra lírica contemporánea) y Jorge Enrique Adoum, están además los trabajos de poetas como Francisco Tobar García, Efraín Jara Idrovo y Francisco Granizo Ribadeneira.

   Ahora: la poesía joven o la poesía escrita por jóvenes en el Ecuador me parece que cuenta con una mayor libertad creativa en estos días que en los últimos veinticinco años (hablo aquí de aquella escrita en las décadas de los ochenta, noventa y que llegaría hasta la primera década del nuevo milenio); ya que la poesía que se escribía entonces en el Ecuador se organizaba desde la corriente que originara cierta parcial lectura y/o asimilación de Jorge Carrera Andrade, la que se imponía desde Quito seductoramente a través de una poética del silencio que aglutinaba elementos totalizadores de la naturaleza, poseía un tono filosófico y tocaba temas amatorios, históricos y cósmicos, principalmente. Siempre existirán excepciones, por supuesto (excepciones saludables que no siguieron el juego del canon y gravitan aún como libros mal leídos). Hay un largo registro de poemarios escritos en esta clave en todos esos años, que terminaron consolidando un imaginario estético-canónico que se apoyaba y difundía desde las mismas bases estatales culturales gubernamentales y otros medios. Es con la aparición de otras escrituras que visibilizarían las vanguardias latinoamericanas (así como del surgimiento de los circuitos de festivales internacionales de poesía joven, las editoriales independientes y las revistas-blogs de poesía latinoamericana contemporánea), que algunos autores optaron por desistir de la larga línea lírica que cruzaba el Ecuador. El que no haya habido un proceso de experimentación verdadero, ha dado lugar a un corte abrupto en nuestra lírica, que señala dos orillas radicalmente opuestas. Orillas incluso a veces habitadas por un mismo poeta. Siendo esto un tajo y no un proceso, ciertos poemarios publicados en los últimos cuatro años, entran en una feroz contradicción con todo lo que se publicaba en nuestro país hasta el año 2010.

   Sin embargo considero que la poesía ecuatoriana de hoy, aquella que escriben diversos autores, entre ellos los cinco escogidos aquí para esta muestra: Wladimir Zambrano (1984), Gabriela Vargas (1984), Víctor Vimos (1985), Pablo Flores Chávez (1988) y Jossué Baquero (1990), se sostiene por su afán de avanzar junto a las vanguardias latinoamericanas sin por ello perder el espíritu auténtico de indagación de sus creadores. Con esto quiero decir: la última y mejor poesía nacional (y latinoamericana) no está en consonancia con la poesía de la experiencia, la que también influye dramáticamente en algunos poetas del Ecuador, así como en casi toda España (que es de donde se origina –vía Mario Benedetti); ni con una fallida asimilación de las vanguardias que termina en la disolución del sujeto escribiente (ojo: lo que no es lo mismo que la pérdida del autor –algo largamente avalado y aburrido) y en una acumulación borrosa y demagógica de contenidos de corte moderno y mediático bajo el que se enmascara al poema para dotarlo de modernidad (o pop-modernidad) empantanándolo en el llano sinsentido; la última poesía nacional (y latinoamericana –frontera que se va borrando) avanza de la mano de libros y experimentos valiosos como los realizados por Haroldo de Campos, Raúl Zurita, José Kozer, Eduardo Espina, Néstor Perlongher, Ernesto Cardenal, José Lezama Lima, Allen Ginsberg, Leopoldo María Panero, Antonio Gamoneda, Ezra Pound (etcétera). Esa poesía obliga a ir más allá del simple texto y su sentido lineal, el cual siempre debe estar en conflicto cuando se trata de escritura poética. La poesía, repito, como “decir y descubrir con las mismas palabras un estremecimiento nuevo”. ¿Sino de qué va la poesía? Y me respondo: pues del rizoma. De eso va la poesía y de nada más. Allí están todos los sentidos sin sentidos que necesitamos para sobrevivir. Y un hombre es un millón de manchas dando forma a un solo poema. El mismo poema que se ha estado escribiendo desde el origen.

   Aquí están los poemas, pocos, de cinco autores que fluctúan entre los veinticuatro y treinta años de edad, y que prometen por su juventud un camino valioso para la lírica ecuatoriana. Además de la absoluta libertad con la que esta poesía está elaborada (la liberación de la información tiene mucho que ver con esto –internet y sus redes inagotables) el sentido del poema va de la mano por un laberinto insólito. Poemas en que lo íntimo se vuelve universal y lo aglutinador (revuelo de imágenes-sensaciones-ideas-apasionamientos) se torna en un segundo íntimo y demoledor. Espero que sean bien leídos.



Ernesto Carriøn

Santiago de Guayaquil, 12 de mayo de 2014


*Este texto (releído y ligeramente modificado) fue publicado, junto con la muestra de los cinco poetas mencionados, en la revista peruana Maestra Vida. Además fue profundizado y ampliado en el texto "Canon y dominación: otros modos de entender la poesía ecuatoriana en un país sin lectores", presentado en el Encuentro Nacional de Literatura 2014.