sábado, 4 de abril de 2015

De qué va la poesía ecuatoriana*


La poesía ecuatoriana no ha tenido una tradición y una difusión tan extensas como las que sí pueden ser evidenciadas en otros países (México, Chile y Perú, por ejemplo). Desde los modernistas (Medardo A. Silva, quizás el principal de sus exponentes) hasta nuestros días, siguen siendo pocos los poetas ecuatorianos que han sido abiertamente reconocidos por su trabajo en otros lugares, donde se ha leído nuestra lírica medianamente joven, que quizás deba ser únicamente considerada desde el movimiento modernista en Ecuador (primera década del siglo XX). Un ejemplo de esto es que los escritores ecuatorianos conocemos ampliamente la poesía de César Vallejo, de Vicente Huidobro y de Octavio Paz, pero un escritor mexicano, chileno o peruano seguramente no habrá oído nunca de Hugo Mayo, César Dávila Andrade, Carlos Eduardo Jaramillo y David Ledesma Vásquez. Las razones pueden ser múltiples y no están en discusión, lo cierto es que más allá de los notables trabajos de Alfredo Gangotena, Jorge Carrera Andrade, Gonzalo Escudero (éstos tres, más César Dávila Andrade, quizás forjan la pirámide sobre la que se asienta gran parte de nuestra lírica contemporánea) y Jorge Enrique Adoum, están además los trabajos de poetas como Francisco Tobar García, Efraín Jara Idrovo y Francisco Granizo Ribadeneira.

   Ahora: la poesía joven o la poesía escrita por jóvenes en el Ecuador me parece que cuenta con una mayor libertad creativa en estos días que en los últimos veinticinco años (hablo aquí de aquella escrita en las décadas de los ochenta, noventa y que llegaría hasta la primera década del nuevo milenio); ya que la poesía que se escribía entonces en el Ecuador se organizaba desde la corriente que originara cierta parcial lectura y/o asimilación de Jorge Carrera Andrade, la que se imponía desde Quito seductoramente a través de una poética del silencio que aglutinaba elementos totalizadores de la naturaleza, poseía un tono filosófico y tocaba temas amatorios, históricos y cósmicos, principalmente. Siempre existirán excepciones, por supuesto (excepciones saludables que no siguieron el juego del canon y gravitan aún como libros mal leídos). Hay un largo registro de poemarios escritos en esta clave en todos esos años, que terminaron consolidando un imaginario estético-canónico que se apoyaba y difundía desde las mismas bases estatales culturales gubernamentales y otros medios. Es con la aparición de otras escrituras que visibilizarían las vanguardias latinoamericanas (así como del surgimiento de los circuitos de festivales internacionales de poesía joven, las editoriales independientes y las revistas-blogs de poesía latinoamericana contemporánea), que algunos autores optaron por desistir de la larga línea lírica que cruzaba el Ecuador. El que no haya habido un proceso de experimentación verdadero, ha dado lugar a un corte abrupto en nuestra lírica, que señala dos orillas radicalmente opuestas. Orillas incluso a veces habitadas por un mismo poeta. Siendo esto un tajo y no un proceso, ciertos poemarios publicados en los últimos cuatro años, entran en una feroz contradicción con todo lo que se publicaba en nuestro país hasta el año 2010.

   Sin embargo considero que la poesía ecuatoriana de hoy, aquella que escriben diversos autores, entre ellos los cinco escogidos aquí para esta muestra: Wladimir Zambrano (1984), Gabriela Vargas (1984), Víctor Vimos (1985), Pablo Flores Chávez (1988) y Jossué Baquero (1990), se sostiene por su afán de avanzar junto a las vanguardias latinoamericanas sin por ello perder el espíritu auténtico de indagación de sus creadores. Con esto quiero decir: la última y mejor poesía nacional (y latinoamericana) no está en consonancia con la poesía de la experiencia, la que también influye dramáticamente en algunos poetas del Ecuador, así como en casi toda España (que es de donde se origina –vía Mario Benedetti); ni con una fallida asimilación de las vanguardias que termina en la disolución del sujeto escribiente (ojo: lo que no es lo mismo que la pérdida del autor –algo largamente avalado y aburrido) y en una acumulación borrosa y demagógica de contenidos de corte moderno y mediático bajo el que se enmascara al poema para dotarlo de modernidad (o pop-modernidad) empantanándolo en el llano sinsentido; la última poesía nacional (y latinoamericana –frontera que se va borrando) avanza de la mano de libros y experimentos valiosos como los realizados por Haroldo de Campos, Raúl Zurita, José Kozer, Eduardo Espina, Néstor Perlongher, Ernesto Cardenal, José Lezama Lima, Allen Ginsberg, Leopoldo María Panero, Antonio Gamoneda, Ezra Pound (etcétera). Esa poesía obliga a ir más allá del simple texto y su sentido lineal, el cual siempre debe estar en conflicto cuando se trata de escritura poética. La poesía, repito, como “decir y descubrir con las mismas palabras un estremecimiento nuevo”. ¿Sino de qué va la poesía? Y me respondo: pues del rizoma. De eso va la poesía y de nada más. Allí están todos los sentidos sin sentidos que necesitamos para sobrevivir. Y un hombre es un millón de manchas dando forma a un solo poema. El mismo poema que se ha estado escribiendo desde el origen.

   Aquí están los poemas, pocos, de cinco autores que fluctúan entre los veinticuatro y treinta años de edad, y que prometen por su juventud un camino valioso para la lírica ecuatoriana. Además de la absoluta libertad con la que esta poesía está elaborada (la liberación de la información tiene mucho que ver con esto –internet y sus redes inagotables) el sentido del poema va de la mano por un laberinto insólito. Poemas en que lo íntimo se vuelve universal y lo aglutinador (revuelo de imágenes-sensaciones-ideas-apasionamientos) se torna en un segundo íntimo y demoledor. Espero que sean bien leídos.



Ernesto Carriøn

Santiago de Guayaquil, 12 de mayo de 2014


*Este texto (releído y ligeramente modificado) fue publicado, junto con la muestra de los cinco poetas mencionados, en la revista peruana Maestra Vida. Además fue profundizado y ampliado en el texto "Canon y dominación: otros modos de entender la poesía ecuatoriana en un país sin lectores", presentado en el Encuentro Nacional de Literatura 2014.

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