jueves, 16 de enero de 2020

HACIA LO POLÍTICAMENTE CORRECTO (Un ejercicio personal de memoria)


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     Demanda de más valor ir contra la corriente, tener razones por cuenta propia, informarte y atreverte a decir, a pesar de que aquello pueda costarte el exilio de tu mundo, que sumarte a una masa que pretende organizar la realidad haciendo eco de tendencias. Las redes impulsan a un colectivismo espectral, a ratos, irracional y violento. Y a ratos, necesario y conmovedor. Lo que allí sucede es un espectáculo diario que nos produce aversión y entretenimiento, mientras alguien más lleva la cuenta de la acumulación de algoritmos en que nos terminamos convirtiendo. Quizás estamos arribando al momento en que debemos defendernos de Facebook (dueño de Instagram y de Whatsapp), en tiempos donde lo que dices aparece de pronto en tu email. Parece un acto de magia, pero se llama publicidad e invasión de privacidad. Aunque a nadie le importa. Porque tenemos problemas más urgentes.
     Como el machismo que campea en la literatura nacional.
     En este mismo medio leí el año pasado, por tres días consecutivos, varios artículos que denunciaban cosas al respecto, como el escaso protagonismo de la mujer en las letras ecuatorianas, la falta de apoyo y los seudónimos que debieron emplear para escribir. Eran artículos con entrevistas a escritoras, a quienes respeto y estimo, que terminaban de algún modo plasmando en la mente del lector la idea de un país dividido en el que los hombres se habían repartido el botín literario, apartando a toda mujer que se les pusiera en frente. Artículos que seguían la línea de poner en evidencia una desigualdad (desigualdad que es necesaria exterminar; ya que no hay manera de justificar el machismo social con el que crecimos y, algunas veces, terminamos reproduciendo) más que la intención de generar una discusión.
     Principalmente no concordé con la acotación sobre Gabriela Alemán. Debo decir, desde mi experiencia -que es desde donde escribo esta columna para el lector común-, que cuando empecé a viajar a ferias y congresos literarios internacionales, hace quince años, siempre me preguntaron por esta autora. Publicada y reconocida ampliamente en otros países. Más que por Javier Vásconez, que es lo que apunta una cita de ese artículo. Tampoco concordé con el ninguneo de la crítica y la falta de atención a una autora como Sonia Manzano. Quizás porque mucha de la crítica literaria (reseñas, no textos de investigación) en este país no es otra cosa que una fabricación de elogios pactados previamente entre un grupo de amigos con cierto poder en el medio. Y porque la construcción literaria de los cánones en Ecuador ha sido realizada por hombres pero también por mujeres. De hecho, valdría revisar esto, pero podría asegurar que he leído más crítica literaria elaborada por mujeres que por hombres ecuatorianos. Sobre todo en los últimos años.
     Incluso, en el mismo artículo se tensa una contradicción, cuando se expone que la poeta Sonia Manzano[1] no solo recordaba a su madre como un apoyo para publicar sus primeros libros, sino también a tres hombres: Euler Granda, Carlos Eduardo Jaramillo y Rafael Díaz Ycaza.
     No se debe negar el machismo, pero tampoco se puede pecar de engordar una pesadilla (en nuestra literatura) para colaborar con una tendencia que persigue cabezas y aguarda por linchamientos. Quien no escucha razones no las requiere. Leo en Wikipedia que el libro Bruna, soroche y  los tíos de Alicia Yánez Cossío, obtuvo el Premio Ismael Pérez Pazmiño en 1971; y que «varios escritores varones que también habían participado en el concurso criticaron la victoria de Yánez, acusándola de haber plagiado Cien años de soledad». Argumento sobre el machismo del que se continúa tirando por una entrevista de 2010 donde la autora relató esto. Sin embargo no se da nombres de los escritores que la acusaron. Y al tratarse de otros participantes que perdieron, pues es lo más lógico. A veces, pasiones y controversias se desatan después de un fallo. La información que sí aparece, en cambio, es como Francisco Tobar García declaró la publicación como «el nacimiento de una gran novelista»; o lo que escribió Michael Handelsman: «la novela más importante que una mujer ecuatoriana haya escrito». Y lo aseverado por Benjamín Carrión: «que Yánez había creado una nueva forma de novelar en las letras patrias».   
     Desde mi experiencia como editor en Fondo de Animal Editores, puedo contar que nuestra primera publicación fue La edad anaranjada de la poeta uruguaya Marosa Di Giorgio en el 2012. A quien jamás seleccioné por ser mujer, sino por su enorme calidad. Y como lector y fan, vale resaltarlo, he leído y tenido la fortuna de mantener amistad con poetas como Luisa Futoransky, Victoria Guerrero, Paula Ilabaca y Carmen Berenguer, entre otras. Y en Ecuador, Sonia Manzano, Aleyda Quevedo, María Paulina Briones, Rocío Soria, Andrea Crespo, Ana Minga y Mónica Ojeda. Potentes poetas a quienes en algún momento reseñé, edité o incluí en antologías. De la literatura más reciente, reconozco en Amanda Pazmiño una voz importante que aportará mucho en la poesía. Así como guardo, de los talleres que di en 2017 en la Universidad de las Artes, la agradable sorpresa de presenciar el nacimiento de una poeta increíble y genuina como Melanie Moreira. Algunos textos suyos se publicaron en la antología Tela de araña. Textos y pre-textos, que preparamos con el escritor Huilo Ruales.
     Yendo un poco más atrás, en el año 2002 asistí por primera vez al Encuentro sobre Literatura Ecuatoriana Alfonso Carrasco Vintimilla, que es el más importante espacio de diálogo sobre nuestras letras, seguido de cerca quizás por el Congreso de Ecuatorianistas. Ese pequeño mundo, uno que está siempre de espaldas a la verdadera política, a la real economía de las gentes, a los verdaderos sufrimientos (porque debemos dejar la demagogia, los escritores hacemos política con la literatura, de acuerdo, pero desde cierta abstracción; la literatura jamás podrá recuperar la vida de millones de víctimas de la economía y la política), contaba con críticas literarias, poetas y escritoras que eran sumamente respetadas. Entrego nombres: María Augusta Vintimilla (quien dirigía el Encuentro y lo dirigió por algunos años más), Cecilia Ansaldo, María Rosa Crespo, María Eugenia Moscoso, Sara Vanegas, María Fernanda Espinosa, Mercedes Mafla, Gabriela Alemán, Catalina Sojos y Jackeline Verdugo, entre otras. Todas ellas, excelentes expositoras. Capaces de desbaratar cualquier argumento y de levantar análisis y estudios necesarios sobre lo que ocurría en nuestra literatura. Así como sobre lo que ocultaba también nuestra literatura. Y esa es la imagen que preservo: la de un país con una realidad literaria donde las mujeres y los hombres convivían dentro de un margen de respeto y admiración mutua. Por ejemplo, en las Memorias del Encuentro sobre Literatura Ecuatoriana del 2008 se pueden registrar más de veinticinco conferencias, mesas y diálogos protagonizados por mujeres.
     Para que esto no quede como la ensoñación de un poeta de veinticinco años que asistía por primera vez a un Encuentro, ahora quiero moverme aún más atrás, a mis años como estudiante en la Universidad Católica Santiago de Guayaquil. A mí no se me olvida quienes fueron mis maestras. Considero que no está de más asentar que no hay oficio tan generoso y exigente como éste. Y que aquellos que contamos con la fortuna de al menos haber tenido un buen maestro en nuestra vida lo recordaremos para siempre.
     La Facultad de Comunicación y Literatura, en el año 1997, estaba encabezada por la decana Cecilia Vera de Gálvez (a quien le debo mi entusiasmo por Cortázar, y otros autores); Cecilia Loor; Rocío Castro, quien daba Semiótica; Catalina Arosemena, rigurosa profesora de Lengua; Cecilia Ansaldo, Mónica Franco, Gilda Holst, Norma de Luca, Carolina Andrade, Raquel Nolly y María Augusta Centeno, entre otras. Sí, hace veintitrés años. No puedo aseverar que eran la mayoría, esto lo desconozco, pero sí puedo asegurar que eran de una importancia vital. Que imprimían en los alumnos una admiración y un temor reverencial. Y que sus clases fueron fundamentales para quienes estábamos allí para aprenderlo todo. No puedo imaginar la realidad llena de desigualdades que les tocó vivir, ante la que decidieron formarse y luego formar estudiantes. Tampoco es fortuito el hecho de que futuros premios nacionales (e internacionales) hayan salido precisamente de sus aulas.
    Quizás valga traer a colación en este momento los talleres literarios de Miguel Donoso Pareja, por donde pasaron un sinnúmero de escritoras: Gilda Holst, Mariela Manrique, María Leonor Baquerizo, Lola Márquez, Liliana Miraglia, Martha Chávez, Ángela Arboleda, Carmen Vásconez, Maritza Cino, Yanna Hadatty, entre muchísimas más. Miguel Donoso jamás rechazó en sus talleres a una mujer por ser mujer. O escogió más hombres por el simple hecho de ser de su mismo género. Su criterio, así me lo parece, se guiaba por lo netamente literario.
     En mi biblioteca reposan Diez escritoras ecuatorianas y sus cuentos de Michael H. Haldelsman, publicado en 1982; y Cuentan las mujeres: Antología de narradoras ecuatorianas de Cecilia Ansaldo del 2001. Otro ejemplo a considerar es la antología Mensaje en una botella, de los talleristas de Miguel Donoso Pareja, publicado en 2002, donde hay seis mujeres y cuatro hombres incluidos. Libros muy recomendados; allí el lector podrá encontrar joyas como La marcha de los batracios de Lupe Rumazo. Y nombres de autoras poco recordadas como Carmen Acevedo Vega y la cuencana Mary Corylé.
     En la actualidad, y esto es algo que lo sabemos los escritores que damos talleres y asistimos a charlas de nuestros libros, son las mujeres quienes leen más que los hombres. En Guayaquil es así; lo he comprobado en la Feria del Libro, en mis charlas y en mis talleres con PalabraLab. Es bueno que así sea. Y me alegra pensar que la literatura, ante una realidad de satisfacciones inmediatas y de redes que perpetúan la distracción, siga creciendo. Que no mueran la escritura ni la lectura.   
     Una fuerte presencia de mujeres en nuestra literatura es lo que vi. Pero también de hombres, por supuesto. Y la desigualdad, como una consecuencia histórica, es tan real en el mundo del arte como lo es en el mundo del deporte y de otros oficios. Sin embargo jamás participé de una mesa, asamblea, jurado ni diálogo donde estuvieran hombres decidiendo entregarse recompensas, premios, publicaciones, puestos de trabajo, por el mero hecho de ser hombres con órganos masculinos. Y es en esta falacia, en esta construcción pública de un supuesto delito, obviamente comprobable desde la desigualdad histórica[2], en que observo una escalada de odios y ensañamientos. Algo que, al parecer, bajo la consigna de «los hombres vienen haciéndolo por años», lo que pretende normalizar es la corrupción y el arribismo de los clanes en las esferas de nuestra literatura.
     Nuestra literatura, la ecuatoriana, que es de la que hablo (no me atrevo a expresarme de otras), adolece de la conformación de clanes desde la capital que persiguen una carrera por el canon. Y de esto hay indicios. Y secuelas que incluso son rastreables en textos de crítica literaria y de colegio (por ejemplo, el texto Lengua y Literatura que distribuye el Ministerio de Educación tiene enormes, realmente enormes ausencias). Valdría para algo contabilizar con rigurosidad cuántos autores que no residen en Quito accedieron a los Fondos Concursables (que de por si tienen problemas), en la modalidad artes literarias y narrativas, en los últimos tres años, para poder continuar con sus trabajos en un medio tan difícil como es el nuestro. Donde ser al mismo tiempo librero, editor, escritor, profesor y publicista parece ser la única consigna, la única posibilidad para sobrevivir de la literatura. O cuántas editoriales –no quiteñas- forman parte del Plan Nacional de Lectura para las ediciones que se darán este 2020. O si el número de escritores y editoriales que viajan a las ferias internacionales posee alguna equidad, no sólo de género, sino por regiones. Conozco autores que no han viajado ni una sola vez, invitados por el Ministerio, y que cuentan con obra publicada. 
     Nuestra literatura adolece de autores no visibilizados: hombres y mujeres. Desde David Ledesma hasta Lupe Rumazo. Desde Hugo Mayo hasta Ileana Espinel. Así como de gente que ubica a sus amigos en puestos como editores o directores sin pasar por concursos públicos aunque se paguen esos sueldos con dineros públicos. Sólo porque son de su cofradía. Gentes que se premian y se ponen de jurados sin la menor vergüenza.  
     Abro paréntesis: se concursa por razones monetarias y editoriales. Un premio siempre estará ligado a la mirada estética de un jurado conformado con cierto azar (¿?). No es ciento por ciento una garantía. Pero, por otro lado, restarle valor a un premio tampoco es la solución. Ante una realidad literaria como la nuestra, de pocos lectores (porque ¿cuántos libros vende un poeta o novelista ecuatoriano al año? ¿60? ¿100? ¿Menos? Preguntar a libreros), un premio legitima lo que no puede hacer una lectoría. Es algo que terminará justificando que esos autores aparezcan el día de mañana en libros de estudio para colegios, y accedan a cátedras universitarias o puestos importantes burocráticos de gestión cultural.
     No es posible exigir pruebas sobre si un concurso fue o no manipulado. Porque ¿qué hay que entregar? ¿Audios? ¿Mensajes de texto entre los jurados? Es absurdo pedirlas. Si los jurados no discuten, si hay una agenda previa, si no se quiere oír argumentaciones, porque una mayoría, en amistad y contubernio, tira hacia un solo lado, eso es todo lo que hay. Pero es suficiente. Este medio literario es pequeño, tan pequeño que todos conocemos a casi todos sus miembros, y el móvil de ciertas dinámicas grupales. Entonces lo que nos queda es realizar preguntas como las que haré a continuación, con el ánimo de que algún lector se las realice en el futuro: ¿Por qué se repiten por años consecutivos los nombres de algunos jurados de los Premios del Municipio de Quito? ¿Se los elige a dedo o por concurso? ¿Bajo el paraguas de cuál argumento un periodista y editor, sin trayectoria en la crítica de poesía o edición literaria, se convierte en jurado de un premio internacional de poesía en Cuenca? ¿Qué significa que una novela de una autora ecuatoriana que cosecha lectores y reseñas favorables, no alcance ni una mención de honor en los premios del Municipio de Quito, pero un año después termine como finalista en la Bienal Internacional de Novela Mario Vargas Llosa?
     Por eso nuestra literatura es inmadura. No solo porque no tolera las críticas. Sino porque fabrica una realidad ilusoria. Pero no importa. Porque, en definitiva, ¿qué entiende de poesía un banquero que entrega un premio en metálico? ¿O un Alcalde y un Ministro que delegan? Y esto es algo que viene sucediendo desde hace décadas. Y poco tiene que ver con el género sino con colonialismos, comportamiento tribal y menosprecios no superados.
     Únicamente en un país como el nuestro, por ejemplo, un autor como Antonio Gamoneda (Premio Reina Sofía y Premio Cervantes) no logra pasar la etapa preliminar de un concurso de poesía. Y esto no se trata de óptica ni de gustos. Porque este ejemplo, por pequeño que parezca, lo exhibe todo. Ese mínimo gesto podría compararse con el que en una hipotética bienal de pintura en el Ecuador, del siglo pasado, un jurado ecuatoriano descartara el trabajo de Pablo Picasso. Un ridículo histórico que no debería olvidársele a nadie.
     No caer en provocaciones en estos tiempos ya es un mérito. Cuando gané el año pasado el Premio Miguel Donoso Pareja, se aclaró en un artículo que «este premio lo habían recibido hasta ahora cuatro hombres». Aclaración que era una provocación más que cualquier otra cosa. No se le mencionó al lector que acaso era yo el más joven en ganarlo. O el segundo guayaquileño. Se quiso dar a entender al lector algo parecido a esto: ojo, aquí pasa algo, quizás se trate de hombres premiándose entre ellos. Lamentable y sin piso, porque a este concurso se presentan obras con seudónimo, por lo que el jurado no puede saber con certeza si quien ha escrito una obra es hombre o mujer. O tal vez se trate de otra consigna. ¿Quizás se trata de que debe premiarse a una mujer a como dé lugar?[3] Cosa que sí me tocó presenciar. Aunque en otro país.
     El año pasado, en calidad de jurado del Premio Iberoamericano Pablo Neruda, presencié cómo dos poetas chilenos (Manuel Silva y Mauricio Redolés) optaron por votar por una poeta por el hecho de que, argumentaron así frente a la Ministra de Cultura de ese país, había existido décadas de discriminación. Y aunque ambos vates aceptaron ante la prensa no haber leído a dicha poeta antes, se sentían felices por realizar tal reivindicación. O sea, se entregó un premio a una poeta, de calidad por cierto, pero no por razones literarias. Sino por hacer lo políticamente correcto.
     En todo caso, a estas alturas, ya deberíamos saber que lo políticamente correcto es el camino hacia la muerte del arte.  

*Texto remitido a la redacción de Cartón Piedra el día martes 14 de Enero de 2020. El impreso podrá leerse en la edición de febrero de Cartón Piedra - Diario el Telégrafo.



[1] Sonia Manzano, gran poeta, pianista y novelista, fue la primera Subsecretaría de Cultura (2007- 2009) del Guayas, cuando se formó el Ministerio de Cultura. Ya para entonces La Casa de la Cultura de Quito había reunido su poesía en la colección Poesía Junta. Y había ganado su tercer premio literario. Además de aparecer en la colección de las novelas publicadas por La biblioteca del Municipio de Guayaquil, bajo el cuidado de Javier Vásconez.

[2] Nuestro país, machista y discriminador (pero sobre todo con las etnias), ni de lejos puede intentar asemejarse a sucesos discriminatorios de otras naciones. Aquí, por ejemplo, no se ha pagado menos a dos funcionarios del mismo rango solo por el hecho de que uno fuera mujer. Pero sí se ha pagado abismalmente menos a los escritores ecuatorianos que a los internacionales en las ferias del libro organizadas por el Estado. Si algo nos ha mostrado la pobre sicología de nuestra idiosincrasia es que valoramos lo internacional sobre lo nacional.
[3] Quizás es tiempo, para paliar en algo la desigualdad histórica, que dependencias públicas y privadas ecuatorianas organicen premios literarios dirigidos únicamente a mujeres, como sucede en México y España. ¿Y qué hay de las otras desigualdades históricas que no han sido atendidas?

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